El día después de mi muerte, me levanté, me hice el desayuno más rico que he comido en toda mi vida y lo llevé a mi cama. Después de comer, bajé mis platos, los lavé, los sequé y los guardé.
Tomé un largo baño, me tomé mi tiempo lavándome el pelo, el cuerpo... la mente.
Me vestí lindo, me arreglé, me sequé el pelo y me vi al espejo: me gusté. Salí de mi cuarto a sobar a mi gata, la cargué y le di todo el amor que un día soñé con darme a mí; vi cómo se le quedaba viendo a las mariposas afuera de la ventana, me maulló y pensé: ella quiere ser libre, igual que yo; pero ya no me dio tristeza, ya no podía estar triste. Salí por un paseo y vi el cielo, sentí el calor del sol, la frescura del viento y la paz de la vida. Esa paz que soñé toda la vida con sentir. Vi a las personas pasar; caminando con sus perros, corriendo, fumando, hablando por teléfono o caminando con un compañero, vi angustia en su mirada y me sentí bien; ya jamás sentiría esa angustia.
El día después de mi muerte me enamoré. Me enamoré de mis amigos y amigas, me enamoré de mis papás,de mis hermanas, me enamoré del árbol frente a mi ventana y de las pequeñas flores que crecían en las macetas de mi jardín. Me enamoré de las risas de las personas, de las sonrisas sinceras, de los buenos gestos y de los corazones puros. Me enamoré de la vida, pero no de la antigua que tenía, sino de la que me quedaba por vivir.
Decidí matarme un día antes, pero no completa; decidí matar esas partes de mí que no me hacían bien, que me estaban matando realmente; decidí al fin luchar con ellas y gané la batalla.
Si se quieren matar a sí mismos, maten las partes de ustedes que no les gustan. Yo tuve esa "vieja yo" y la maté. Ustedes también pueden hacerlo, pero eso no quiere decir que tengan que dejar de vivir.
El día después de mi muerte, me enamoré de mí misma.
A veces morir significa renacer y ese día, renací.
Vivir significa amar y ese día, amé.
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