Me vuelvo a abrir a ustedes.

Fui una niña, que tuvo que madurar de golpe porque se enfermó de algo que no tenía ni idea que existía. Era una niña alegre, extrovertida, hablaba muchísimo, tenía bastantes amigos, no me daban pena las cosas y no tenía filtro, siempre estaba bromeando y molestando; en resumen, era una niña feliz.
Unos meses antes de cumplir 12 años, me empecé a sentir mal, pero era un mal que nunca había experimentado. Era falta de apetito, era no querer salir de mi cuarto, no dormir, llorar siempre y tener un enojo inexplicable... como si adentro de mí hubiera habido luz y poco a poco se fue extinguiendo hasta quedar en completa oscuridad. Me sentía sola, a donde fuera y no hablaba nunca con nadie de mis problemas y si lo hacía, terminaba en un ataque de ira. Recuerdo que sentía que todos estaban en mi contra y que yo también estaba en contra del mundo, sola. Me volví una persona que ya no era buena. Sentía una gran responsabilidad de cosas que no eran mi culpa y cargaba con su peso, siempre. Como no dormía, ni hablaba con nadie, me encerraba en libros y quería creer que sus historias eran ciertas y que el mundo que me rodeaba y lo que yo sentía no. Poco a poco me fui alejando de la mayoría de amigos que tenía y me quedé con dos o tres. Me aislé de todo y con el pasar del tiempo, me convertí en alguien independiente. Aprendí, según yo, a manejar mis sentimientos y poco a poco, el enojo fue disminuyendo y el querer estar sola también. Volví a abrirme a los demás pero, aunque todo el mundo siguiera igual, yo no; yo había cambiado y me di cuenta de que toda esa oscuridad me había hecho madurar y me había hecho crecer. Las cosas que les importaban a las personas de mi alrededor, ya no eran relevantes para mí así que me tuve que adaptar y aprender a fingir. Ahí fue cuando me di cuenta de que podía fingir una sonrisa, fingir un "bien", fingir un "tenés razón" o simplemente fingir que algo realmente me importaba. Pasé años fingiendo risas, fingiendo felicidad... fingí tan bien, que me empecé a creer a mí misma aunque en el fondo supiera que nada de eso era cierto. Seguía llorando en las noches, seguía irritable, seguía sin dormir y sin comer... nada había cambiado, solo había aprendido a hacerme la loca. Salía con mis amigas, bromeaba con ellas, era cariñosa y poco a poco se fueron dando cuenta de que algo no estaba bien conmigo y trataban de ayudarme. A pesar de que siempre me estaba riendo, usaba mangas largas, por más calor que hubiera y decía que era porque tenía frío. Realmente me auto-lesionaba. No voy a romantizar la auto-lesión porque eso no está bien, pero en mi mente desordenada, pensaba que tal vez, eso me iba a ayudar a sentir algo o a distraerme de lo poco que sentía, que era tristeza. No fue así. Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo con mi cuerpo y el daño que me estaba haciendo a mí misma, me di cuenta de qué era lo que tenía y que sí era un problema. Mis hermanas pequeñas se habían dado cuenta y ese fue mi punto de quiebre, porque las protegí tanto de todo... menos de mí misma y verlas tristes por mí me mató; así que pedí ayuda. No recibí la ayuda correcta en el momento correcto, porque no la pedí y cuando la pedí, ya era muy tarde. Había fingido tanto estar bien, que no me creyeron cuando les dije que tenía un problema, además, entiendo porque tener un familiar o amigo que está o debería estar en sus años más felices, que te diga que está mal y que no sabe qué más hacer, ha de ser fuerte y feo. Pasé por muchas recaídas. La depresión no es constante, es como una mala montaña rusa, hay muchas más bajas que altas y se puede bajar cada vez más. Hubo un tiempo en el que casi no hablaba porque sentía que no valía la pena que nadie me escuchara. Cuando se dieron cuenta que era algo serio, me llevaron con un hombre que hacía o hace hipnoterapia, el hombre era muy bueno y era una buena persona con buena intenciones pero yo no recomiendo la hipnoterapia, porque no es constante, porque no trata los problemas realmente y porque uno no está trabajando en uno. Mejoré rápido y dejé de ir; pero lo que fácil viene, fácil se va y a los pocos meses me empecé a sentir mal. Estuve mal de las rodillas y eso me trajo abajo; empecé a fumar, no podía salir, me frustraba, pasaba llorando todo el día, no me podía mover ni hacer nada sola y cuando me curé, el miedo y el sentimiento de dependencia se quedaron conmigo. Me volví una persona dependiente, lloraba siempre, no entendía muy bien las cosas y estaba siempre tratando de complacer a los demás. Se me volvió a quitar el apetito, mis horas de sueño eran menos y otra vez, no quería hablar con nadie ni salir de mi casa. Mis amigos se juntaban y yo me quedaba en mi casa con la excusa de que estaba castigada y me quedaba viendo una serie, en pijama. A los días malos les decía los días flojos, porque usaba ropa floja y poco a poco, mis días flojos pasaron a ser todos los días. Salía a fumar en las noches cuando no podía dormir y antes de ir al colegio, según yo para aguantar el día. Estas conductas son auto-destructivas, alejarse de las personas, dejar de comer, empezar con vicios... Yo estaba consciente de que tenía un problema y lo aceptaba pero al mismo tiempo, quería creer que estaba en mi mente, que no era real, porque de esa forma podía quitármelo yo sola. Pasaba días y noches muy malas y unos cuantos más o menos buenos. Empecé a tener pensamientos suicidas y me di cuenta de que no podía seguir así, que tenía que empezar a trabajar en mí. Así que empecé a fijarme metas, a cuidarme, a motivarme y a fijarme en el futuro; lastimosamente pasé por muchas cosas muy duras que bajaron mi autoestima tanto, que llegué al punto de pasar llorando en el colegio y que me mandaran cada cierto tiempo con la psicóloga del colegio. Eso fue empeorando y empeorando. Había pasado tanto tiempo con mi depresión (11 a 18 años) que ya me había acostumbrado a tenerla y había aprendido a vivir con ella pero poco a poco empecé a tener estas crisis que yo pensaba que eran recaídas, en las que me ardía el cuerpo como si mi sangre estuviera hirviendo, sentía un hoyo en el estómago y lloraba. Estas "crisis" fueron empeorando cada vez más y a pasarme más seguido, de una o dos veces al mes, pasé a tener aproximadamente 7 al día. Ya no me levantaba para nada de mi cama, no veía ni mi teléfono, no hablaba con casi nadie, ya no me quería ni bañar, pasaba viendo un punto fijo todo el día y cuando sentía ya era de noche, no sentía el pasar del tiempo. Mis amigos me llegaban a ver y yo casi no les hablaba y si los miraba a los ojos, comenzaba a llorar. Cada vez las "crisis" se volvían más largas y seguidas. Mis hermanas y mis mejores amigos hicieron todo lo posible para que fuera al psicólogo: buscaron uno, llamaron, hicieron una cita, hablaron con mi papá y me llevaron. Creo que ver a las personas que amás luchar por ti cuando ni tú querés luchar por ti mismo, es una de las cosas más especiales y lindas que hay. Fui a mi primera cita y me di cuenta que esas "crisis" que tenía se llamaban ansiedad y que no sabía manejarla, es más, tenía una fobia. La ansiedad me hacía sentir tan mal, que desarrollé una fobia hacia ella y eso empeoraba los ataques y los hacía más largos y más seguidos. Me dieron una técnica para que les perdiera el miedo y así reducir la cantidad e intensidad de los ataques. Además, estaba tan mal en ese momento, que el psicólogo me dijo que pensaba que era conveniente que fuera también con un psiquiatra. Empecé a ir y me comenzaron a medicar, pasé casi un año así y me tuvieron que cambiar los medicamentos por unos más fuertes y eso fue un shock. Las medicinas al principio son difíciles: dan sueño, marean, quitan o dan apetito, te hacen sentir numb pero si estás bien medicado, todo eso se quita en una o dos semanas y las pastillas comienzan a hacer efecto. Para empezar, tener un diagnóstico fijo es un alivio pero al mismo tiempo asusta. Yo me moría del miedo porque no podía creer que lo que tanto tiempo pensé que estaba en mi cabeza, tenía un nombre y era una enfermedad. Empecé a trabajar en mí y a darme cuenta de las cosas que estaban mal conmigo. Me empecé a cuidar, a querer, a abrazar, a independizar; hice una lista de cosas que quería ser y hacer e hice otra de las que no. Me compré una libreta y empecé a escribir cómo me sentía cuando lo sentía, aprendí a exteriorizar y a decir qué sentía. Les quiero hacer saber, que aceptar que uno está mal es el primer paso, luego pedir o aceptar la ayuda y trabajar muchísimo en uno. No importa qué tan medicado estés, si no te querés ayudar a mejorar, no lo vas a hacer. La recuperación es un proceso largo, hay recaídas y son horribles pero siempre que uno tenga la esperanza y quiera mejorar, se puede. Se puede, se puede, se puede. Ser sano mentalmente implica muchas cosas, pero la primera es querer serlo. Si sienten que pueden tener depresión, hablen, díganlo, busquen ayuda; al igual que con la ansiedad o cualquier otra enfermedad. No se guarden las cosas y cuídense, cuídense muchísimo. Trabajen en ustedes, crezcan como personas y quiéranse.
Comments